Los indolentes número 37 y 73 me acompañaron durante una época muy
productiva. Me limitaba a leer y a escuchar sus múltiples explicaciones.
Todos los poetas acuden a un laberinto de plantas aromáticas. El
reflejo del sol crea sombras e impide a los siniestros encontrar la salida o
buscar el camino al centro indudable. Los siniestros, los no poetas, permanecen toda
la eternidad dando vueltas, por eso miran tanto su propio yo.
Romero, lavanda, mirto, menta… Innumerables olores que impregnan la
purificación. Dentro del laberinto permanecen las sombras y el humo, humo negro.
El sol ilumina pero entristece. La noche crea pero confunde.
Los poetas salen del laberinto en las nubes que visitan el centro, los
poetas auténticos. Pero vuelven cuando el viaje finaliza.
Las cenizas del aire contaminan. Alejan el misterio y la atracción.
Nada de cuanto ves en el laberinto existe en este mundo. Un espejo,
que posee el marco marrón, refleja la existencia de lo falso.
Los indolentes número 37 y 73 hablan del silencio, del silencio y de
la soledad. ¿Hace falta tal vez mencionar a los necios? Silencio. Bello silencio.
En el centro del laberinto y sobre la tierra húmeda habita la pureza.