martes, 16 de julio de 2013

Vivimos para morir




Viene la muerte con su cara de sorna y recrimina. Ese tono burlón de menosprecio incomoda, castiga y elimina la luz. Vivimos para morir, no cabe otro misterio. El ser es un espejo, que a veces posee el marco verde, que refleja el contrato y lo enseña a la muerte.

Libertad, voluntad y entendimiento. Son los tres mandamientos de respeto a la muerte. El suicidio es libertad de elección, voluntad para ejercerlo y entendimiento para descubrir que nuestra vida no nos la ha dado nadie, la hemos elegido y firmado con pleno consentimiento.

Incluso tuvimos la oportunidad de cambiarla antes de dejar la señal, el acontecimiento.  Llegamos sabiendo todo lo que nos va a ocurrir, lo bueno y lo malo, la paz, el orden y el descrédito.

Los hombres siniestros inventaron un mecanismo de actuación, un ejercicio que obligaba a asentir, a contemplar sin observar. Los siniestros engañan con la dulce mentira. Es tan lícito morir como ejercitarse en el suicidio, siempre que mantengamos los tres atributos primeros: libertad, voluntad y entendimiento.

De los indolentes número 17 y 81 aprendí las enseñanzas sobre la ausencia de esperanza. Aquellos argumentos externos que comprometan o condiciones deben ser rechazados. La libertad es elección templada, la voluntad es ejercicio y el entendimiento es sabiduría.

El compromiso que adquirimos es ajeno la divinidad, la fuente de energía nos alimenta, pero Dios es un invento humano. Vivimos para engrandecer a la muerte, a la propia pérdida.

Una araña muy lista se ha colgado de la tela con la cabeza abajo. La observa el indolente número 81 y sonríe. A veces los insectos son más listos que los seres humanos.