Viene la muerte con su cara de sorna y recrimina. Ese tono burlón de
menosprecio incomoda, castiga y elimina la luz. Vivimos para morir, no cabe
otro misterio. El ser es un espejo, que a veces posee el marco verde, que
refleja el contrato y lo enseña a la muerte.
Libertad, voluntad y entendimiento. Son los tres mandamientos de
respeto a la muerte. El suicidio es libertad de elección, voluntad para
ejercerlo y entendimiento para descubrir que nuestra vida no nos la ha dado
nadie, la hemos elegido y firmado con pleno consentimiento.
Incluso tuvimos la oportunidad de cambiarla antes de dejar la señal,
el acontecimiento. Llegamos sabiendo
todo lo que nos va a ocurrir, lo bueno y lo malo, la paz, el orden y el descrédito.
Los hombres siniestros inventaron un mecanismo de actuación, un
ejercicio que obligaba a asentir, a contemplar sin observar. Los siniestros
engañan con la dulce mentira. Es tan lícito morir como ejercitarse en el
suicidio, siempre que mantengamos los tres atributos primeros: libertad,
voluntad y entendimiento.
De los indolentes número 17 y 81 aprendí las enseñanzas sobre la
ausencia de esperanza. Aquellos argumentos externos que comprometan o
condiciones deben ser rechazados. La libertad es elección templada, la voluntad
es ejercicio y el entendimiento es sabiduría.
El compromiso que adquirimos es ajeno la divinidad, la fuente de
energía nos alimenta, pero Dios es un invento humano. Vivimos para engrandecer
a la muerte, a la propia pérdida.
Una araña muy lista se ha colgado de la tela con la cabeza abajo. La
observa el indolente número 81 y sonríe. A veces los insectos son más listos
que los seres humanos.