El indolente número 444 me enseñó la visión de la muerte reflejada en
los rostros.
Hoy ha llamado a la puerta y se ha sentado en el salón. Hemos tomado
una infusión y ha cogido mi mano. Imágenes, figuras, expresiones, el gato negro
se asomaba por el cristal de la puerta del porche. No paraba de observar
mientras temblaba.
Por la memoria han pasado las quinientas estirpes. He reconocido a
seres de mi entorno. Todos procedemos de una de las estirpes.
Desde el año 1985 anoto las características de cada estirpe. Cualquier
ser humano pertenece a una de ellas. Guarda su proporción y su armonía.
Las estirpes proceden de los quinientos indolentes que no hablan.
Permanecen entre nosotros y conocen su misión.
La muerte y la poesía se reflejan en los rostros. Por eso los siniestros
carecen de virtudes.
El indolente número 444 se despide. Acudo a los cuadernos y busco su
estirpe. ¡Vienen tantos recuerdos! ¡Regresan tantos nombres de personas!
La muerte y la poesía viajan del dolor al placer y viceversa.