Descubrí la diferencia entre el vacío hueco y frío de la mano del
indolente número 13, aquel que solo entiende de poesía. Leía a Valente. Valente
es frío, hueco, vacío, pero su vacío es puro, hay armonía en las fabulaciones.
El don de la retórica que poseen algunos siniestros no se contradice
con el poeta rural que ahora está de moda. Esa poesía rural y pueblerina que
llega a los tres intelectuales de turno y afloran las virtudes que solo ellos
ven. Siniestros del vacío rural, sin credibilidad.
Cuando me llega un libro de estos cebollinos los leo en voz alta ante
el indolente número 13. Pero después acudimos, con premura, por un libro de
Rilke o de Dante. Hay que tomar el antibiótico.
El crítico extremeño, pero residente en Oviedo, dijo en una ocasión
que en torno a la revista Númenor se agrupan ocho jóvenes poetas sevillanos. Y
matizo, ocho personas que dicen denominarse poetas, pero que cuentan con el
constante y vehemente apoyo de Rialp y su colección Adonais (¿o es Adonis?).
Siempre los denominé pijotillas.
Mi madre las freía redondas. La cabeza mordía la cola y nunca se arrugaban. El yomimeconmigo, la pijotilla que muerde
el rabo de la intelectualidad.
La caja roja, con las esquinas gastadas que han perdido el esmalte,
contiene el contrato que firmamos antes de venir a esta tierra de árboles y
nubes.
Todos los maestros de los
pijotillas son poetas rurales y pueblerinos, horizontales, vacíos sin
armonía. Sin dosis de quinina ni de otra sustancia natural que, a diferencia de
Hölderlin, habitan en Tubinga.
El día que los críticos mediocres de este ilustre país de pandereta
hablen de Platón, de Rilke o de Leopardi, diré al indolente número 13 que su
misión ha concluido con éxito. Mientras tanto a seguir leyendo, en silencio y
soledad, y la poesía pueblerina y rural aclarará las llamas del fuego del
invierno.
Muevo la caja metálica y escucho ruidos, sonidos siniestros. No me atrevo
a abrirla desde 1984.