Desde 1984 solo observo la luz. Su reflejo no agrada pero alimenta.
Sin la luz habitarán las sombras. Y las proyecciones existen en la ausencia de
luz, en su reflejo. La única reproducción que muestra la mentira.
He escuchado pasos. Golpes violentos. Me escondo bajo la sábana y
reclamo la presencia de un indolente. Acude el número 18, aquel a quien se le
ilumina el rostro en las insinuaciones.
Hablo con las presencias, con las cotidianas y las enigmáticas. Las
acerco a la luz para contemplar el rostro ennegrecido por los años. Muero para
dejar de ser en un instante y sobrevivo. Morir es el acto de suerte que
acompaña a la vida.
Observo el centro desde fuera. No entro. No deseo permanecer en él.
Solo es para los sabios. Me aburren los insectos, el olor de la tierra húmeda y
las conversaciones con Rilke y con Platón.
Guardo silencio. No creo en nada ni en nadie. Mi dios mantiene sus atributos bajo el árbol y vuestro Dios es un
invento humano que nadie reconoce. Ni siquiera el propio Dios.
Hay que creer en la luz. Solo en la luz. En las sombras que dicen
sentirse acomplejadas.