Los quinientos indolentes no llegaron a la tierra en el mismo momento.
Fueron creando estirpes y descubriendo las limitaciones del ser humano. El
número 500 contiene las proporciones áureas y el equilibrio. El número 500 es
el indolente número 1.
Hoy ha venido Loreto. Calentaba la cama mientras leía a Woolf.
Virginia no es Loreto aunque pertenezcan a la misma estirpe.
La vi primero. Estaba sentada en un banco de vieja madera en el
instituto. En el instante de la melancolía, cuando sabes que se irá (lo aprendí
del número 444), me aparté. Se sentaba conmigo en clase. Hablábamos de nuestras
cosas mientras le cogía la mano. Loreto era bella.
Miraba con premura. Los labios reflejaban el calor del romero y la
pringue de la encina que chorrea verbigracia.
Un día se marchó. La vi primero. Se marchó para siempre con lo puesto
y un poquito de un cuaderno marrón que aún conservo entre plásticos.
Paseo por el porche con el cigarro en la boca. Las encinas han
comenzado a soltar resina. Se pegan los zapatos en el suelo. Es Loreto que dice
que no la olvide nunca.
Y no puedo querer a nadie que me quiera porque yo no me quiero.
Y no puedo querer a nadie que me quiera porque yo no me quiero.