Tras el primer encuentro con
el ángel negro en el banco de San Clemente, accedí a acompañarlo al río Timavo.
Llegamos a San Giovanni di Duino por carretera. En esos momentos leía a
Virgilio y a Francisco de Rioja. Aprendía de sus insinuaciones.
La enseñanza debe ser
madurada en el amor a la naturaleza. La sencillez también es una estirpe, una
estirpe de gozo.
Wagner y Garcilaso. Una
mezcla explosiva pero completamente necesaria. No conseguía la soledad ni el
silencio. El ángel negro susurraba al oído y mantenía la distancia prudente de
mis pasos.
Lograba conversar con los
ciudadanos de los municipios donde parábamos a tomar el alimento. El encuentro
nunca fue dicha pero sí necesidad.
El sentido de la belleza
solo puede ser transmitido por los indolentes. Ellos manejan la fórmula que
otorga bendiciones. Solo hablan de Epicteto: la vida superior, la
consideración, la buena voluntad.
Cuando leo a Epicteto tiemblo,
como un progreso espiritual ajeno a la propia vida. Que el mundo considere es
secundario, el mundo nunca será fiel a los objetivos.
El acontecimiento era la ley
de la armonía, la aceptación, la búsqueda que encuentra el sentido primero de
la razón de la palabra. Guarda silencio, márchate del mundo, de la literatura.
En la razón suprema no cabe la palabra entendida como espontaneidad.
El ángel negro amaba a
Susana. Su formación lógica le impulsaba a atreverse a seducirla. Era el
consentimiento. Pero el ángel negro mantenía la prudencia como compromiso.
El río Timavo es bello en su
desembocadura.
¿Cómo naces tan llena de
alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?