jueves, 4 de julio de 2013

Una estirpe de gozo




Tras el primer encuentro con el ángel negro en el banco de San Clemente, accedí a acompañarlo al río Timavo. Llegamos a San Giovanni di Duino por carretera. En esos momentos leía a Virgilio y a Francisco de Rioja. Aprendía de sus insinuaciones.

La enseñanza debe ser madurada en el amor a la naturaleza. La sencillez también es una estirpe, una estirpe de gozo.

Wagner y Garcilaso. Una mezcla explosiva pero completamente necesaria. No conseguía la soledad ni el silencio. El ángel negro susurraba al oído y mantenía la distancia prudente de mis pasos.

Lograba conversar con los ciudadanos de los municipios donde parábamos a tomar el alimento. El encuentro nunca fue dicha pero sí necesidad.

El sentido de la belleza solo puede ser transmitido por los indolentes. Ellos manejan la fórmula que otorga bendiciones. Solo hablan de Epicteto: la vida superior, la consideración, la buena voluntad.

Cuando leo a Epicteto tiemblo, como un progreso espiritual ajeno a la propia vida. Que el mundo considere es secundario, el mundo nunca será fiel a los objetivos.

El acontecimiento era la ley de la armonía, la aceptación, la búsqueda que encuentra el sentido primero de la razón de la palabra. Guarda silencio, márchate del mundo, de la literatura. En la razón suprema no cabe la palabra entendida como espontaneidad.

El ángel negro amaba a Susana. Su formación lógica le impulsaba a atreverse a seducirla. Era el consentimiento. Pero el ángel negro mantenía la prudencia como compromiso.

El río Timavo es bello en su desembocadura.


¿Cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?