El ángel negro se llamaba Saúl. Tenía ascendencia
turca. Mojó mi cabeza de agua en el río Timavo y me regaló una caja con grabados
efímeros. La caja misteriosa.
Solicitó que no la abriera en su
presencia. Eso hice. De hecho aún la conservo cerrada, el ángel no se ha
separado de mí desde entonces. El concepto del tiempo que tenemos los mortales
es diferente al que poseen los indolentes. La eternidad es un sentido, la
perseverancia un recorrido saludable.
Apollinaire era un poeta resucitado.
Observo el resplandor de su impaciencia y la iluminación de la gran dama. La
razón de la palabra no es la razón de la palabra poética. El amor no sustenta
el futuro.
Enamorado de Persio y de Epicteto paseo
por Roma. Celebré mi veinte cumpleaños en un banco de san Clemente, con Saúl y
Nacho.
Los divinos poemas son infelicidades.
Aleja de ti aquello que suene a literatura. ¿Quién tomará el alimento? Nunca
tomes el aire, el humo lo sustenta. Elige aquello que se lleva a los espíritus,
lo que se afana, los festines no existen sin la sola presencia de la
continuidad.
Hoy toco la caja, la acaricio. Han
pasado los años. El ángel negro en la puerta del cuarto impide su apertura. El
reloj de Londres se paró a la una y veintitrés minutos. El mañana de ayer es el
presente. El pasado no existe, es el tiempo de los indolentes.