domingo, 7 de julio de 2013

La caja misteriosa




El ángel negro se llamaba Saúl. Tenía ascendencia turca. Mojó mi cabeza de agua en el río Timavo y me regaló una caja con grabados efímeros. La caja misteriosa.

Solicitó que no la abriera en su presencia. Eso hice. De hecho aún la conservo cerrada, el ángel no se ha separado de mí desde entonces. El concepto del tiempo que tenemos los mortales es diferente al que poseen los indolentes. La eternidad es un sentido, la perseverancia un recorrido saludable.

Apollinaire era un poeta resucitado. Observo el resplandor de su impaciencia y la iluminación de la gran dama. La razón de la palabra no es la razón de la palabra poética. El amor no sustenta el futuro.

Enamorado de Persio y de Epicteto paseo por Roma. Celebré mi veinte cumpleaños en un banco de san Clemente, con Saúl y Nacho.

Los divinos poemas son infelicidades. Aleja de ti aquello que suene a literatura. ¿Quién tomará el alimento? Nunca tomes el aire, el humo lo sustenta. Elige aquello que se lleva a los espíritus, lo que se afana, los festines no existen sin la sola presencia de la continuidad.

Hoy toco la caja, la acaricio. Han pasado los años. El ángel negro en la puerta del cuarto impide su apertura. El reloj de Londres se paró a la una y veintitrés minutos. El mañana de ayer es el presente. El pasado no existe, es el tiempo de los indolentes.