Sobre la mesa
marrón del porche dejé la copia del contrato que estaba en la carpeta azul de
gomillas. La copia auténtica, la verdadera.
¡Cómo anhelo a
las coristas! A los bailes, a la música de mediodía. Si supieras lo que sé de
ti acomplejarías el alma sin el arte y la esencia, sin la espontaneidad.
Tomo el MM,
enciendo el cigarro y cojo el contrato como si de un crucigrama se tratase.
En la verdad
radican los principios y en la virtud los actos complejos. El reloj de Londres
ha comenzado su marcha y se ha parado a las siete menos nueve minutos. El año
de 1846 es una imitación, como una apoplejía de las pilas y la energía del más
allá.
Levanto la
mirada y solo veo libros, libros viejos y nuevos, palomas, a la gran dama, a una
bicicleta blanca.
Amo para seguir
perdiendo la inocencia, amo a las coristas, a todo aquello que figura en el
contrato y dice, exactamente, que la muerte se acerca con su cara de pena.