jueves, 15 de agosto de 2013

Por encima de las propias posibilidades




Los primeros años permanecí escondido, sin más ayuda que la de un dios enterrado junto a las raíces de un árbol y la compañía de un indolente, el número 13, que mantenía el silencio y la soledad a la perfección.

Los encuentros en el faro Camarinal resultaron extraños pero figuraban en el contrato, nada pude hacer. Las 9 piedras las guardé en el bolsillo izquierdo del vaquero. Cuando salía de casa me acompañaban.

Observé indolentes donde otros solo veían gorriones. Extraños seres mudos y sin cabello que se agrupaban y salían del mar.

Resultaron una fuente de conocimiento desmedido y pausado, creadores de la verdad y el misterio, de la poesía pura y auténtica, de la perfección y la indolencia.

Durante el tiempo que el indolente número 13 habitó en casa no volvieron los rabilargos, las arañas se marcharon a las encinas y las hormigas nunca entraban por la puerta del porche. Francisco, el jardinero, dejó de cuidar las plantas y tuve que dedicar muchas horas para evitar que murieran.

Miraba el reloj constantemente, con el interés del paso del tiempo. Deseando que todo fuera pasado, falso pasado, aquello que no existe.

La indolencia por encima de las propias posibilidades.