sábado, 3 de agosto de 2013

El caos




Hemos administrado el alimento. Aléjate de aquellos que dicen cosas bellas de ti, de cuantos engrandecen tu obra o tu persona. No son silencio, ni soledad, ni verdad, ni círculo, ni centro. Se limitan a ejercitar al gato, nunca al pájaro que aguarda sobre la rama de la encina.

Viene la libertad con su rostro de muerte. No hay mejor ejercicio que el propio entendimiento de la humildad propia y ajena. Paseo por Siltolá con el indolente número 111, aquel que dice ser el 3 pero que en realidad es el 1. Guarda silencio. Observa con expectación aquello cuando hago. Arranco malas hierbas, recojo unos tomates y unos pimientos, disparo a los rabilargos que se comen los higos y las peras, respiro.

El indolente aleja su mirada de cuánto debe ser advertido. Sorprende su presencia entre los insectos, las arañas se esconden en las cortinas.

Abro el libro de Epicteto y recito a mi acompañante:

La mayor parte de la gente tiende a engañarse a sí misma pensando que la libertad consiste en hacer lo que te hace sentir bien.

De pronto comienza a soplar un fuerte viento, una ráfaga veloz y extraña. Los pájaros abandonan las encinas y los acebuches, los gatos corren calle abajo. Llega una luz sonora, es el caos, las leyes de la naturaleza.