Hemos administrado el alimento. Aléjate de aquellos que dicen cosas
bellas de ti, de cuantos engrandecen tu obra o tu persona. No son silencio, ni
soledad, ni verdad, ni círculo, ni centro. Se limitan a ejercitar al gato,
nunca al pájaro que aguarda sobre la rama de la encina.
Viene la libertad con su rostro de muerte. No hay mejor ejercicio que
el propio entendimiento de la humildad propia y ajena. Paseo por Siltolá con el
indolente número 111, aquel que dice ser el 3 pero que en realidad es el 1.
Guarda silencio. Observa con expectación aquello cuando hago. Arranco malas
hierbas, recojo unos tomates y unos pimientos, disparo a los rabilargos que se comen
los higos y las peras, respiro.
El indolente aleja su mirada de cuánto debe ser advertido. Sorprende
su presencia entre los insectos, las arañas se esconden en las cortinas.
Abro el libro de Epicteto y recito a mi acompañante:
La mayor parte de la gente tiende a engañarse a sí
misma pensando que la libertad consiste en hacer lo que te hace sentir bien.
De pronto comienza a soplar un fuerte viento, una ráfaga veloz y
extraña. Los pájaros abandonan las encinas y los acebuches, los gatos corren
calle abajo. Llega una luz sonora, es el caos, las leyes de la naturaleza.