Aguardo la llegada del indolente número 3, es el 444. Lo hago sentado
en el porche con las obras de Epicteto sobre la mesa. Los gatos junto a mis
pies, los cuerpos se asemejan.
Doy un sorbo al MM y sonrío. Huele a humedad, hace unos instantes ha
saltado el riego.
Deseo vivir pero me alejo de todo aquello que huela a humedad, a
menosprecio. La realidad es un número, hemos sido quinientos y apenas conocemos
a nuestros semejantes. La virtud de saber es un ejercicio repentino, como una
aparición.
Llaman a la puerta. No abro. Desde el porche doy la vuelta y sorprendo
a la visita. El indolente número 444, que es el 3, ha llegado temprano. En su
rostro la expresión de la muerte, el reflejo del fin de la vida en aquellos que
van a morir.
Los gatos se le acercan, los pájaros se marchan con un vuelo rasante,
las encinas desprenden la resina en las losas azules, las descoloridas.
Bebo para olvidar y leo a Epicteto para aprender. Recito en voz alta
algunos pasajes del libro que tengo entre mis manos. El indolente apoya su mano
en la mejilla y hace un amago de sonrisa que causa pavor. Si he de morir que
sea ahora, que también nos cansamos los hambrientos.