Corro tras los rabilargos. Recuerdo algo que he visto y lleno los
árboles de CD musicales, los de Camarón, aquellos dedicados por Natalia, Sharleen
o Gwen. Dicen que el reflejo del sol produce un brillo que ahuyenta, pero no es
cierto.
Sobre la rama del nectarino se alimentan los pájaros. Voy hacia ellos
y se marchan temporalmente, solo por los momentos de la presencia del hombre.
Saúl no deja de reír y me acompaña. Él también los espanta, con sus grandes
manos de color hace aspavientos dulces. Los frutos reflejan los picotazos de
ellos. Las hormigas comienzan a subir por el tronco.
Un lagarto verde y estable se ha posado en las escaleras del porche.
Cuando lo diviso se esconde bajo el mueble donde guardo las fundas de los
sillones. De una patada hago salir al lagarto y lo miro, lo observo tan detenidamente
como te miro a ti. Saúl, a mi espalda, lo observa todo. Confundo al indolente
número 1 con el propio lagarto.
Llevo unos cascos inalámbricos y escucho poco, tan solo aquello que
deseo oír. Lo que aporta calor acaba siendo pena. Odio el amor doliente, el
amor de babor y de estribor.
Los tomates saben a tomates. Los enjuago bien y les recito versos de
Parra. Llevo dos días con Sócrates. Aquello que él vivió con los insectos lo he
encontrado. Me importa un carajo Gibraltar y dos carajos el FMI. Vivo para
morir, ya no intervengo en todos los conflictos.
Me preguntan por mi estado. Cansado, repito cansado. El cansancio es
un estado civil como la soltería, el matrimonio o la viudez. No lo olviden. Son adversarios.