¡Cómo anhelo a
mis coristas! Hablo con los indolentes y me despido de ellos. Me encierro a
leer y a buscar los complejos, los misterios, la bella luna que acoge las dudas
y los comentarios.
Aguarda
Novalis. Me aburre la poesía de ahora, amo a los clásicos, a las coristas, a
las cantantes chinas, a las bailarinas de poca ropa y mucho silencio.
Sin la soledad
uno nunca está vivo. Espera Platón en el sofá del porche.
El indolente
número 13 dice que desea quedarse, así observa mis movimientos y se asegura que
no cometeré ninguna locura razonada. Le respondo que todo es igual y él lo
sabe, que todo es mentira y él lo determina.
Se acercan los
pájaros, los pájaros pequeños y bellos. Los tomo uno a uno y los envío en
sueños a mis amigos. Es un buen augurio, un presagio magnífico, son estrellas
fugaces que conceden deseos.
Arranco mi
careta humana y enseño al indolente mi verdadero rostro. En los últimos años
soy muy feliz, aparto de mi alrededor la vida y conservo la esencia de la
soledad.
Amo a las
coristas, la virtud, la justicia y la poesía auténtica, que nunca será ausencia
de vida.
(Para Diego Vaya, que ya ha recibido el pájaro)