En España no existe un solo premio de poesía limpio. Cuando alguien
celebra con agasajo la concesión de un certamen se analiza el jurado, todo
cuanto a su alrededor se maneja y no hay que sacar conclusiones, aparecen
solas.
Un premio de poesía es una putada con vicio en vez de un acontecimiento.
Lo que para algunos es una forma exclusiva de poder publicar para otros es la
recompensa por los servicios prestados a los miembros del jurado, a la
editorial de turno o simplemente porque la cuerda se agarra y no se suelta. Y
pesa tanto que hay que sujetarla con la firmeza del plátano para llegar a ser
banana.
El indolente número 13 dice que debo dejar de hablar de poesía y
centrarme en describir a cada uno de los suyos. Lo observo con cara de
impaciencia y leo los últimos galardones concedidos por algunos nombres que me
suenan pero que nunca ocuparán un lugar en la historia de la literatura.
Aguardo el amanecer con la sonrisa en la boca y la copa de whisky en
la mano. Los cigarros vencidos acaparan todo el cenicero y los primeros pájaros
acuden, ante nuestra presencia, al nectarino para devorar los pocos frutos
carnosos y aún sin madurar.
A mis amigos les sorprende que fulanito o menganita hayan conseguido
un certamen de poesía y me envían mensajes de texto sin más texto que la
interrogación y el compromiso. Les respondo con sorpresa, sin premeditación.
¡Qué coincidencia! Menganita ha ganado este premio y los miembros del
jurado son sus amigos. Ella en otros jurados concedió sendos galardones a
ellos. ¡Causalidad! Más bien venganza, acercamiento, discurso indolente.
La mafia es siniestra y justifica cada una de las preposiciones. Pero
lo hacen con dolo, sin voluntariedad. ¡Pobres siniestros! A ver si su gran
jefe, que ahora posee gafas de pasta, se deja hacer una foto con la banana en
la boca, por no decir otro sitio. Sería cojonudo. Cojo y nudo.