El contrato lo entrega para
su lectura el indolente número 5. Viene impreso en un antiguo papel mitad
amarillento mitad retama, con olor a espectros.
Cuando lo sostienes entre las
manos el indolente número 5 se marcha. Te otorga todo el tiempo del mundo, una
eternidad. La única misión de este indolente, además de la creación de sus 62
estirpes, es controlar y acreditar los contratos. Nadie nace sin su propia
firma, sin la aceptación de la verdad.
Pero la verdad no siempre es
virtud, ni mérito, ni creencia. La verdad es libertad, asumir y aprobar. La
verdad es recibir. La virtud es dar sin ser, con privación.
El gato negro sigue rozando
su cola en mi pantalón. Tiemblo. Llamo a los pájaros. Hoy las nubes han estado
muy cerca del corazón ajeno, como un dulce lapidario.
Nunca rechacé un contrato.
Acepté sin contemplaciones aquello que el indolente número 5 ponía delante de
los ojos. Leía en lentitud, como quien sabe amar sin ser amado. Firmaba.
El dolor nunca se inventa,
viene instruido y sin depósito. Es la autoridad.
Se han vuelto a torcer los
cuadros del salón. Se caen las amapolas. La bicicleta blanca no es armoniosa. La
paloma se mueve con ventaja. La ventana cojea.
Por más que lo intente, por
más que te quiera, no puedo querer a nadie que me quiera, yo no me quiero.