Paseaba entre las farolas en la noche y comentaba con el indolente
número 4, aquel que antes era el 13, la lamentable situación de la poesía
oficial en España. Sin ir más lejos este año se han publicado obras de autores
importantes, con reconocidos nombres, que han acaparado las reseñas y menciones
de los suplementos, pero ninguna de ellas aporta nada, dicen nada, son nada,
vacío. Es como la poesía plana de los tiempos remotos: correcta construcción y
menos vida que el topo que ha caído a la piscina y muere intentando subir los
escalones sin vista, sin mirada, sin acción.
Unos dicen que el culturalismo ha muerto, otros inventan los términos
rurales para autodefinirse sin llegar a la categoría de crucigramas, los hay
que siguen buscando en la luz divina la inspiración mediática…
¿Esa es la poesía oficial de este país? Allá ustedes, sigo leyendo a
Dante, a Novalis, a Rilke, a Pound, a Eliot, a Leopardi, a Juan Ramón. La razón
de la palabra poética es la lírica de la emoción y del misterio. Es la fuerza
del topo para salir del agua con humildad y respeto, en silencio y soledad,
poco a poco hasta que lo consigue.
Ahora viajo por algunas ciudades para analizar las mafias literarias que habitan en ellas.
Me acompaña el indolente número 4 y algún que otro soplón con forma de equinoccio.
Todo cuanto acontece en la poesía de ese puñado de tierra pasa por sus manos.
Tanta divulgación, redes sociales, medios de comunicación, apariciones,
propaganda barata y efímera. Cuando pasen cincuenta años volveremos a leer a
Dante y compañía. No hay que salir de ahí. Lo de ahora aporta menos cuarto.
Es tarde. Ha llegado la luz encima de una nube. La luz es la humildad,
la nube su destierro en soledad. No hablan, es el silencio. La pasión es un
arte, la poesía que se escribe ahora en España los ojos del topo. Ciega.