No me cansa Epicteto aunque siempre repite las mismas insinuaciones.
Cuando Epicteto desea reconocer la verdad y la virtud recurro a Marco Aurelio.
El indolente número 1 me ha aclarado mucho sobre las 500 estirpes, dice
que en el fondo son 9. Tan solo 9. Todo se fundamenta en las 9 estirpes, aunque
desarrollen 500 variaciones.
Ha arrojado, el indolente número 1, la caja misteriosa al suelo y se
ha abierto. Además del contrato, que conocía, han aparecido nueve piedras. Cada
una de ellas posee diferente color, textura, volumen y peso.
Me he sentado en el centro del césped con las nueve piedras. Las toco
y cierro los ojos, imagino, respiro a hierba húmeda y presiento una energía
diferente cada vez que cierro la mano con una piedra.
No me canso de soñar. No me canso. Corro hacia el espejo, el del marco
verde, y acerco las nueve piedras. No se reflejan. Mis manos están vacías. La
verdad, como dios, llena al hombre de
humo. Dejo las piedras en el mueble de la entrada y corro hacia el contrato.
Posee manchas de humedad, el papel arrugado es un continuo doblez, un
entresijo.
Todo es mentira aunque al mirar hacia atrás la tímida y arrogante
figura de Saúl se manifiesta.
Leo el contrato y lloro. Mis hijos, mi nieto, mi poesía, la puñetera Fábula, los tomates, los calabacines…
Arrugo los papeles donde el futuro se convierte en presente.
Llamo a Ana, le leo las líneas del contrato una a una. Llora. Le
repito: No me canso, di a Nacho y a Natalia que los
quiero. No hay pena, nunca existe la pena si hay agravio.