Los indolentes me ayudaron a comprender el origen del mundo, los
errores y los misterios de todo aquello que un hombre busca en los años de su
más insensata rigidez.
Las nueve estirpes se desarrollaron en quinientas para cubrir a todos
los seres humanos de la existencia. Aunque partían de nueve esencias primitivas
los matices dominaron el mundo por necesidad. El indolente número 1 fue
especial, solo poseía 4 estirpes, a diferencia de los números 2 al 9 que tenían
62 estirpes cada uno.
En la administración de la justicia radica la esencia de los
indolentes, de la justicia poética y de la ética y la estética humana. Ambas
circunstancias se unen de la mano para conseguir la veracidad, que es el
ejercicio de la contradicción y el caos. Sin ella no existiríamos, ni seríamos,
ni habría poesía entre los seres humanos.
Después de una temporada en Siltolá y tras haber aprendido las
lecciones iniciales de la melancolía, la dicha y la humildad, acudo al faro
Camarinal. Llueve ese día. Llueve en demasía que no es lo mismo que en
alegoría.
Observo la luz del faro apagada. Llamo a la pesada puerta pero nadie
abre ni responde. Enciendo un cigarro para esperar y aguardo la presencia de
alguien. Nadie viene.
Bajo por las escaleras que acercan a la playa y descubro un nuevo
nacimiento. La realidad ha hecho que pueda mirar la verdad de la virtud y la
esencia. Sobre las olas cercanas que mueren en la orilla, muchos indolentes
nacen y se ejercitan en eso que denominan humanidad.
De pie y con el cigarro entre las manos los observo. Guardo silencio.
La poesía en presencia, la soledad de las horas humanas.