viernes, 16 de agosto de 2013

La soledad de las horas




Los indolentes me ayudaron a comprender el origen del mundo, los errores y los misterios de todo aquello que un hombre busca en los años de su más insensata rigidez.

Las nueve estirpes se desarrollaron en quinientas para cubrir a todos los seres humanos de la existencia. Aunque partían de nueve esencias primitivas los matices dominaron el mundo por necesidad. El indolente número 1 fue especial, solo poseía 4 estirpes, a diferencia de los números 2 al 9 que tenían 62 estirpes cada uno.

En la administración de la justicia radica la esencia de los indolentes, de la justicia poética y de la ética y la estética humana. Ambas circunstancias se unen de la mano para conseguir la veracidad, que es el ejercicio de la contradicción y el caos. Sin ella no existiríamos, ni seríamos, ni habría poesía entre los seres humanos.

Después de una temporada en Siltolá y tras haber aprendido las lecciones iniciales de la melancolía, la dicha y la humildad, acudo al faro Camarinal. Llueve ese día. Llueve en demasía que no es lo mismo que en alegoría.

Observo la luz del faro apagada. Llamo a la pesada puerta pero nadie abre ni responde. Enciendo un cigarro para esperar y aguardo la presencia de alguien. Nadie viene.

Bajo por las escaleras que acercan a la playa y descubro un nuevo nacimiento. La realidad ha hecho que pueda mirar la verdad de la virtud y la esencia. Sobre las olas cercanas que mueren en la orilla, muchos indolentes nacen y se ejercitan en eso que denominan humanidad.

De pie y con el cigarro entre las manos los observo. Guardo silencio. La poesía en presencia, la soledad de las horas humanas.