MIENTRAS escuchaba al zorro
blanco pensaba en el embelesamiento
de los poetas de ahora. Ya lo dijo Platón en la caverna. O Parra al teléfono. Y todos los demás que nunca mienten
ni discuten.
El peligro es un acto que
aparece después del desayuno. Decir la verdad tiene su precio, el mismo que
desprecian los no sinceros cuando
utilizan el yomimeconmigo como acto
de fe. Como silencio falso que nunca condiciona. Sí, amo la poesía, odio a los
poetas. La circunferencia del círculo es proporcional a su grandeza, y círculos
hay pocos, los justos, los valientes, los que nunca mienten ni se agitan el miembro
para congratularse.
La noble mentira es el falso
pasado, aquello que poseen los ignorantes. Dejo a un lado las manías y
hasta las instituciones. No se salva ni una. Cultura barata de las
instituciones. ¿Pactos? ¿Trópicos? ¡Qué falsa es la vida! Aquel que escriba un
verso y se acerque al zorro blanco vivirá para siempre, el que prefiera a la persuasión
para corresponder, vivirá como nace: sin la templanza de Platón.
Decía Juan Ramón en Ideolojía:
La humanidad está montada (toda) sobre un
frágil andamiaje de infinitas mentiras pequeñas. Pero, amigo, ¡cómo resisten
estas pequeñas mentirillas reunidas!
Y prosigue el poeta de
Moguer: La mentira está en la verdad como
la verdad en la mentira. Porque, o por eso, el mundo es al mismo tiempo tan
verdadero y tan falso.
Todo está en tus venas, en
la sangre del pequeño zorro blanco que se repone en las caídas y busca el aire
en la desesperanza.
El pequeño zorro blanco,
aquel que ya no se refleja en el espejo que tiene el marco verde, es eterno, las cosas relativamente bellas. Hay que
equilibrar, armonía. ¡Armonía! ¡Harmonía!
Platón sonríe desde el porche de la entrada. Ha encontrado a la comadreja que
se escapó y la tiene entre sus brazos. La besa, la acaricia, la abraza contra
sí. ¡Armonía!
Y dijo Parra: ¡Bahhhhhhhhhhhhhhhhh! –Pero muy
largamente-.