TE vi primero, tu brillante abrigo
negro, unas gotas de sal sobre la piel del mundo y mucha melancolía. Me dices
que reprima el amor con odio y el amor, como la virtud, no se contiene con
nada. Se te ocurren unas cosas que moderan la esencia de los atareados.
Frente al pueblo Pío, pío. En la presentación Pío, pío. Y cuando levantemos el vuelo Pío, pío. Se asustarán ustedes, pero es
la naturaleza.
Sobra todo lo demás. No hay
nada más allá. El pasado no existe, ayer es hoy y tú te marcharás.
Digo a Armando que deje mi
teléfono en el camerino, junto a la rosa roja, aquella que es un verso de
Salvago. Y al volver, justo en el instante azul de la sabiduría, me llamas con
el móvil. No suelo contestar a los números desconocidos, y mucho menos a
aquellos donde el remitente es una identificación falsa.
Vuelvo a la esencia.
Adquiero una coleta, una corbata azul y algo de parsimonia. Venden la
parsimonia a saldo, en las casetas del Renacimiento. Dicen que la meten en bolsas
de papel, junto al libro de aquel que aprendió a ser poeta por entregas y
enciclopedias.
Fumo tabaco rubio, cuando se
va el teñido de tu pelo aparece el color de la estación de las penas. Las cosas
que se te ocurren siempre. Olvida, olvida y olvida. No sabes olvidar. Vuelvo a
la carpeta, aquella que se aloja en la nube de la esencia, y respiro a Platón,
a Parra, a Rosales, a Juan Ramón.
Fumo tabaco rubio por amor a
los astros. Los apago mordidos, sin la continuidad del humo. Los atrevimientos
no existen, todos están provocados. Ni Caballero Bonald, ni Gamoneda. ¿Y qué
sabrán ustedes? Rilke, ¿hay que salir de ahí? Perfección es el verbo, libertad
el lenguaje, y palabra, he encontrado la palabra exacta de los atrevimientos.