EL día que murió la poesía
estaba matando hormigas y arañas. Me avisaron con un telegrama celeste que
trajo el ángel negro. Tuve que firmar en un libro con los cantos dorados.
Entonces me fijé en los dedos del ángel: estaban los anillos, los dos.
La lagartija rápida, aquella
que se esconde en los troncos de leña, también se ha dado cuenta de la
existencia de las joyas en los dedos del ángel y ha soltado carcajadas
burlescas. ¡Luego te enterarás! –dije
con sorna-.
La poesía depende de sí
misma para fortalecerse. Ni siquiera de los poetas. La poesía es como la
lagartija rápida, vence en las derrotas. La poesía es razonamiento, nunca
imitación. Fábula es el criterio que
solidifica la materia primera en el entorno circular del centro indudable.
El alma de la poesía es su
justa presencia, la conciencia coherente. Los paseos por Roma con Nacho en 1984
proporcionaron la lógica de la palabra, la visión de la araña, el trabajo de la
hormiga o la rapidez de la lagartija.
Dos rabilargos crueles pican
los dedos del ángel negro para quitarle los anillos. El ángel se resiste. Los
pájaros abandonan el nuevo género de la desesperación. Mantiene los aros. La continencia
no será autodominio, es suerte, caos, desconcierto.
Por las venas fluye el
ímpetu, la juventud, la cuna y sepultura
de este confuso laberinto. Han pasado
los años, vagando ha transcurrido el tiempo. El llanto de A. interrumpe la
fijación de los ojos del ángel en un nuevo anillo que poseo. La poesía es
justicia, lo justo es superior a lo injusto pero no es convencional, es
extraordinario. El caos siempre será justo. Lo antinatural nunca será
desconcierto, mejor desencanto.
Han llamado a la puerta.
Bajo rápido de la azotea para no subir nunca más. El ángel negro trae dos
anillos. Dice que ha muerto la poesía.