TIENE la muerte un intenso
olor a pescado podrido. Un efluvio que se instala en la nariz y aparece cuando
menos lo deseas. Desagradable y fuerte. El calor alimenta la descomposición.
Bajo la triste sombra de la
encina muerta, permanece el cadáver del perro grande. Falleció hace diez días y
aún permanece junto al gran tronco.
Tiene la muerte la lucidez
de estar presente y a la vez desaparecer entre la hierba que trae la primavera.
Su reputación es fama y la admiran numerosas personas, sobre todo aquellas que
no desean nunca su visita.
He invitado a la muerte a
tomar un poleo menta. Aguanto la respiración en su presencia y en la cocina,
mientras preparo la infusión, tomo el aire de la insistencia.
Cuando llevas un rato junto
a ella, escuchándola, viéndola, soportas todo el viento que le acompaña. Es
correcta, formal, menuda y sonriente. Me atraen sus manos, conjugan la ética y
la estética. Sus manos son una mezcla de esperanza y sospecha.
La impresión de su vida, es
la muerte, agota los sentidos. Tan solo separa el triste cuerpo del alma. No es
destrucción, es afecto, el camino de la reencarnación.