EL único principio que todo lo mantiene y lo sustenta
es el amor, el eros de Platón en Timeo, Banquete, Fedro. La entrega a los demás con verdad y virtud, sin peticiones.
En la falsa entrega no existe el
amor.
Los no sinceros
suelen elogiar falsamente, la ausencia del amor los condiciona. Los silencios
son parte de esa falsedad, y los silencios falsos suenan, retumban, son silencios sonoros, como el estruendo del
rayo en la nube que tiene forma de poema endecasílabo. Es la falsa entrega.
El amor es generosidad, y es también humildad. En el
amor no existen las compensaciones. El amor se regala en la propia naturaleza
de la superación y trascendencia.
Los falsos
silencios son siniestros. No provienen de arriba, de la claridad que
señalaba Claudio o el propio Platón, pero tampoco del infierno de Dante. Son
los silencios sin identidad, los silencios del humo, la naturaleza mortal que
todo lo envenena.
Los últimos días han resultado fríos, silenciosos. En
la rama de la encina dos gorriones se acurrucan en el plumaje ajeno, en Las nubes de Aristófanes.