domingo, 28 de abril de 2013

La propia pasión




¿CÓMO puede el no poeta reconocer la existencia de la no poesía? Se siente incapaz de aceptar su condición de no sincero, todo lo demás le viene grande como la palmera que tiene secas las barbas y se mueve con el viento. Las hojas de la palmera emiten, con la vanidad, un ruido constante, preciso y mal intencionado.

La no poesía es no lectura, es consecuencia y acto, simulación, ejemplo, beneficio. Y aquello que, al tacto, recuerde al terciopelo dejará de vivir en el futuro.

El no poeta no puede reconocer su falsa esencia, dejaría de ser un inmigrante para hacerse emigrante de la palabra. Y el mundo es verbo, es creación y es sacrificio.

Utilizo el limpiador de calzado para abrillantar cuanto encuentro a mi paso. Los versos que dejan de apasionar y precisan brillo, las hojas de las pilistras en invierno y la nube que tiene forma de poema alejandrino y ha dejado de ser, lleva encima a un no poeta que cree en sí mismo y no en la poesía.

Brillo, debo dar mucho brillo. Muevo el brazo derecho con la pasión de alguien que odia la ciudad donde vive, el país que habita y los versos de otros que dejaron de ser, por eso mismo.

Aquel en quien confías acabará como el injusto, sin sonreír, llorando de la rabia. ¿Hay alguien verdadero? La presencia del verbo, el sustantivo exacto y, por encima del centro indudable, la paciencia de dios que está enterrado en su árbol y ya no pide nada.

Diferenciar la verdad de la mentira es el juego más puro de la creación de uno. Pero verdad hay poco, todo es falso, tal vez el rostro de A. en las madrugadas, cuando emite sonidos irreconocibles.

Sigo en la rama de encina, aprendiendo. Estoy junto A., pegado a él. Acaricio su cabeza redonda con dulzura, con la propia pasión de la lectura a Dante.