EL pequeño zorro blanco
permanece junto a la entrada del laberinto. Deja notar su presencia con ruidos
afines y sonoros. En unos instantes aparecen en el lugar los insectos, todos
los pájaros, los animales que acudieron a la lectura de poemas, el jardinero, los
habitantes de Siltolá y sus amistades. Una multitud se agolpa alrededor del
zorro blanco que permanece sentado.
De un salto esquiva las
presencias y se dirige junto al árbol de dios.
Todos le siguen.
Cuando se han instalado, el
pequeño zorro comienza a hablar:
No es posible que el no poeta asuma y certifique la no poesía. No puede ni aprobarla. Ellos son los no sinceros. Aceptar la existencia de la no poesía significa anular los propósitos y descalificar la burda vida de los mediocres.
Prosigue:
Los no poetas se agrupan. Los no poetas se arropan. Los no poetas se odian entre ellos, pero guardan la compostura por el hecho de ser falsos e insuficientes. Y lo necesario es la humildad. Debéis elegir un camino, solo uno, el único posible, y permanecer en él de por vida. Luchando por no salir de allí. La dificultad otorga privilegios. Silencio y soledad, compromiso.
Los presentes en la
exposición aguardaban algo más. Como un amor que sobra y se desea. Pero el
pequeño zorro blanco, que había dejado de ser hacía mucho tiempo, concluyó:
No pretendo ser juez ni parte. No lo deseo. La no poesía lo inunda todo. Hay cosas que no se deben decir pero que tengo que manifestar. Es la ley de la sinceridad. La no poesía es la sombra de la nube, aquella que tiene forma de poema.