LOS dos gorriones permanecían en la rama de la encina
respirando, oliendo, escuchando, viendo. Sus garras se aferraban a la rama con
pasión.
Un mirlo muy gordo, que llegó volando en círculos, se
colocó junto a los gorriones.
Los animales dijeron a los gorriones, en su lengua, que
el mirlo tenía fama de veleta, solo
acude al sol que más calienta. El mirlo era amante de los libros, vivía con
ellos y de ellos, pero no los leía, solo los manipulaba. El mirlo movía la
cabeza de un lado a otro, miraba a los gorriones como haciendo de ellos un
interrogatorio.
Uno de los gorriones se alejó un poco del mirlo. El
otro gorrión hizo lo mismo.
En ese justo instante, el mirlo grueso, comenzó a
hablar:
La
voluntad es el paso previo al entendimiento. Hace años, comprendí el centro
indudable, incluso me planteé dejar de ser para poder ser. Pero el círculo, el
mismo círculo que me ha traído hasta aquí, me absorbió. Volví a acercarme a
aquellos de los que nunca me separé, a reír sus gracias y a mentir. Todo en mí
es fingimiento, hasta mi descuidado cuerpo. Dejar de ser es abandonar cuanto
tengo y poseo, renunciar al reconocimiento, a los amigos que me escuchan y me
dejan hablar, incluso dicen comprenderme. Y aunque todo es mentira he
acostumbrado mi voluntad a ese entendimiento.
Los dos gorriones escucharon, se miraron y dijeron:
Pío,
pío…