TENGO en la nube un espacio
infinito al que denomino esencia. En
él guardo lo cómico y lo trágico, la verdad y la mentira, el caos y lo
impreciso ordenado. Acudo a su lectura cada día, tomo un fragmento de aire con
palabras y alimento todo lo indefinido que habita en mi persona.
Rechazo las insinuaciones,
admiro el silencio propio y el ajeno. Costó mucho trabajo amar el silencio. En
el banco de San Clemente comencé a descubrir el diálogo con los ángeles negros.
Ellos lo permitían todo.
Hoy el ángel negro se ha
aparecido con figura de gato. Utilizó el sofá del porche como mesa, el cojín de
mantel. Había matado a un topo y se lo comía ante los ojos de los dos
gorriones, del grueso mirlo, de los insectos.
Expulsé al gato negro del paraíso
con la ayuda de un tronco de acebuche. Le he prohibido que vuelva. Le acompañé
hasta la cancela que limita el principio y el final de la casa.
He tenido que tirar el cojín
y limpiar el sofá con la manguera. El suelo tenía sangre, sangre roja de topo
que todo lo hacía extenso.
Dentro de casa he roto del
impulso el brazo del sillón donde leo y escribo. La madera no ha soportado el
peso sin equilibrio de la cadera. Hoy he perdido un sofá y un sillón. También
un gato negro.
Las hormigas atraviesan muy
rápido las baldosas del porche. Levantan arena y fabrican sus estancias del
invierno. Ya han salido. Han vuelto.
En las casitas blancas y en
las verdes que hay en las encinas han llegado los pájaros. Entran y salen para
construir el nido. Viene la luz con su sopor de abril y lo maquilla todo. Es el
falso pasado, la noble mentira.
Todo principio tiene su fin,
y no es pasado, ni ayer. Será mañana. Odio a Dios (creación del hombre), amo a dios. La persona y el verbo. Es la esencia, forma parte de ella.