En situaciones complejas la
intelectualidad ha estado en guerra. Desconozco si es la edad, o la
experiencia, o las lecturas, o qué sé yo, pero la intelectualidad actual
aplaude y exhibe sus miserias. La industria cultural a lo largo de siempre
(iba a reducir el espacio temporal, un lapsus) ha sobrevivido con
enormes dificultades. Hubo un tiempo en que la administración abrió las manos (y
los pies) a la ayuda pública para la industria cultural, y el resultado ya lo
conocemos todos: los sótanos de los organismos oficiales (auténticos búnkeres) se
llenaron de arte para acabar muriendo allí (D.E.P.). Pero muchos elevaron su
rango de intelectualidad deambulante.
Los administradores generales de
la cultura, ahora, son funcionarios de clase media, que acuden a Harrods en sus
viajes, que publican sus fotos en cualquier parte o recitan poemas en las redes
sociales. Eso es capitalismo, es fascismo y es totalitarismo. Eso es todo menos
cultura.
Dentro de poco, no crean que va a
tardar mucho, aparecerán en los boletines de novedades de las distribuidoras,
títulos como La nueva normalidad (12’90 euros) Cómo soporté la
pandemia (14 euros), Motivos para la esperanza (13 euros), Una
experiencia positiva (18 euros), y otros muchos que los lectores
implacables recibirán con los brazos abiertos. Algunos estarán escritos por
varios autores, como un dueto infumable.
En situaciones complejas, la
intelectualidad ha dado la cara. Ahora ponen la otra mejilla, y siguen
aplaudiendo, tienen que garantizar el alimento, tan necesario en una precrisis.
El silencio es el asesino de la
tragedia de Shakespeare que no cuenta sus seguidores.