El amor a una nación debe existir
hasta el momento de la muerte. Pero como las naciones desprecian a sus amantes
y defensores de la integridad, uno se plantea que con la luz tiene más que suficiente,
algo así como que solo necesitamos lo indispensable para vivir, y ese indispensable
ya no nos lo otorga nuestra nación. Esto se ha convertido en un encuentro sin
fin. Una búsqueda de nubes grises, de piedras brillantes, la narración del
joven Tobías, el ángel, la ceguera por nada.
Vivimos en la ceremonia de la
confusión. Un desasosiego permanente. Nos engañan, por más que amemos. Nos
desnudamos, ejercemos ese desnudo iniciático que nos aleja de nuestra nación,
de nuestros representantes. Tenemos una relación muy especial con nuestro
propio yo. Y unos caen en el fracaso del miedo, y siguen amando a su país. Otros,
buscan la imagen prohibida, la historia de la verdad, y aunque sigan amando sus
orígenes, desean quitarse de aquí y volver al mundo clásico.
No decir nada de nadie. Defender
la más alta moral, y amar a Cervantes. Dejar de amar a tu patria. El mundo clásico
es mucho mayor, no posee límites y, lo más importante, nunca pierde vigencia, y
te respeta, abandona la anécdota, la neurosis, la banalidad y el miedo. El
mundo clásico es universal, y está repleto de categorías. Es lo más cercano que
existe de allí.
El silencio es la exploración del
alma humana.