Estos textos comenzaron el día
que se exigió una distancia entre el lector y el relato, eso no significaba que
perdíamos confianza; ambos, emisor y receptor, iniciaron el paseo por un camino
que se iba tornando amenazante: los aplausos finalizaban y comenzaban los
ruidos extremos, posteriormente el masoquismo y, por último, el silencio. A
todos nos acompañó el silencio.
El estruendo de los nuevos
habitantes de los veladores ha hecho desaparecer el sigilo y aún así, las viviendas
siguen pareciendo fortalezas, los niños y los adolescentes han dado y siguen
dando una lección de hombría. Nada es lógico, pero todo comienza a ser
doctrinario. En cualquier etapa de la historia esta situación ocuparía un
capítulo completo, tendría un estatus bíblico, pero sin criterios morales.
Hemos olvidado el hecho del
cumplimiento de las promesas, nos sentimos orgullosos del vacío, nuestra vida
es una postal antigua que busca huéspedes, y somos los candidatos, como conejos
somos los pretendientes perfectos.
Creo que hemos perdido, la
humanidad se entiende, nuestro atractivo moral e intelectual, alguien ha
descubierto que alguien deja de ser alguien y debe convertirse en clase obrera,
en los asesinos de las tragedias de Shakespeare, y encima de todo, ese alguien
se alegrará de nuestra desaparición.
El silencio ha sido mi
patriotismo durante los últimos veinte años.