El hombre prudente y el pájaro
prudente tuvieron que elegir, uno la obediencia, otro la desobediencia. En la
ciudad donde habitaban, todos conocían el hecho, pero nadie se percató de quién
era el dócil y quién el tirano.
Una mujer que se miraba siempre
en un espejo, y que se creía exuberante, contó una anécdota de un tal
Aristóteles: “De joven, atendía a su maestro sin mencionar una palabra, aunque
su instructor le incitaba una vez y otra vez a dialogar. Un día llegó muy serio
y dijo a su mentor: La esperanza es el sueño del hombre vivo.”
En ese momento, como al final de
una obra de teatro, todos los habitantes conocían los designios del hombre
prudente y del pájaro prudente. El obediente se había convertido en vasallo. El
desobediente comenzó a llorar como Heráclito y nunca dejó de hacerlo. Pero
ambos siguieron siendo el hombre prudente y el pájaro prudente.
El silencio es alegría, la
hermandad que rechaza las dudas.