Los buitres comienzan a dar
vueltas en el cielo. Esperan la ocasión para recoger las migajas que les
permitan la supervivencia, sobrevivir después de una eterna tormenta. Da igual
quien arroje los trozos de miseria, los gorrones siguen volando. La talla que
se aprende en los momentos de destierro se confunde con la subsistencia, con la
perduración de una especie que agoniza por la carencia de ética, por la
ausencia de arte.
Recuerdo El Quijote:
“Si, por ventura, llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por
agraviado: que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las
mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y
imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros
cuanta fama; y, para confirmación desto, quiero que en tu buen donaire y gracia
le cuentes este cuento: Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso
disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue que hizo un cañuto de caña...”.
Es evidente que la certidumbre es
convicción. Hoy he entrado en la Chiesa di Sant’Anastasia. Pocos fieles. Los
justos. Acudo rápido a la obra de Affresco di Pisanello, para contemplar, para atender,
para entender. Estoy ahí.
El silencio está ahí, solo
ahí. Si está allí lo desconozco.