La mayoría de las personas se
entienden a sí mismo, en cambio no logran alcanzar la luz que se presenta en la
palabra de otros, en la palabra de todos. A veces leemos bien, y comprendemos,
y en la mayoría de los casos leemos para convencernos. No hay que manifestar
nuestra voluntad, debe quedarse en casa, en nosotros, en el entendimiento. Aquel
que se creía sabio (o era considerado sabio por aquellos que leen para sí mismo)
se ha convertido en un simple divulgador de mediocridades.
A veces Montaigne se engañaba a
sí mismo, y conseguía equivocar a sus lectores. Mejor que equivocar, podríamos escribir
desplomar (en término del propio Montaigne). Si el espíritu se baja
mucho, se acaba en la mediocridad, en la simple divulgación, en la tempestad
sometida que diría Heidegger. Y se suele bajar mucho, abandonamos el
conducto, la representación del mundo, la transformación del tiempo, y así, ni
descubrimos ni aclaramos, simplemente ejercemos de incompetentes.
Hay que seleccionar las lecturas.
En la mayoría de los casos, hay que descubrir todas aquellas lecturas que no
son verdad. ¡Hay tan poco verdadero! Las personas disponemos de la habilidad de
conocer, pero para ello hay que querer y hay que estar, hay que estar siendo.
Conocer es una virtud, es el origen. Todo lo demás es a sí mismo. Y eso no
es arte.
El silencio es abandonar el sí
mismo de nuestra representación.