A mi edad he dejado de creer en
todo aquello que no se debe estimar. He dejado de escuchar todo aquello que no
merece la pena atender. He dejado de leer todo aquello que no se debe
interpretar. Las personas tienen derechos, derecho a seguir fraternizando con
su cuerda y su agonía. A esta edad uno ya no está para soportar, aguantar,
escuchar o leer, todo aquello que no llena, que no enseña, que no reporta un
poco de belleza, de bondad, hasta de amor o de fidelidad.
Algo así como lo que hizo Eumeo
cuando regresó Odiseo. Y, además, Eumeo junto a Filetio manifestaron su lealtad
a unos principios. Hay muchas cosas nuevas que son dudosas, a decir verdad, son
voluptuosas, capaces de hacernos perder el sabor, de invitarnos a experimentar
algún placer que se acerca a la comodidad y a las formas ventajosas. En esto del
arte sigue existiendo el vasallaje, hay tantos charlatanes y mirones, tanto
fanatismo omnímodo que hasta la bondad se ha resignado. Es la alabanza o el
vicio por ambición, todos son consejeros de la reverencia. Me recuerdan a las
granadas, tan ácidas y agridulces, como esos gentilhombres que por error o por
acierto, dispensé del entorno.
El silencio es una tropa, una
tropa que avanza, que avanza y tarda diez años en llegar a su destino.