Menuda ordinariez lo que unos
editores han publicado a diestro y a siniestro por todas partes. Como si quisieran
realizar una justificación de sus limitaciones. La miseria también se acredita,
pero en el caso de la cultura, hay que hacerlo con estilo, con un poco de arte.
Esto de la pandemia ha trastocado a más de uno (y a más de una). El jarro de
agua fría ha caído a todos por igual. Tengo sobre la mesa dos libros: Soberbia
y Lujuria. Faltarían más pecados para descubrir la más alta moral, el
grado mayor de decencia, el reflejo de una sociedad que ha dejado de explorar
el alma humana y ahora se dedica a criticar la densidad de lo voluble, a
justificar la miseria con un PDF redactado desde el odio y la ira. A esos
editores les falta algo más de naturaleza, aunque presuman de todo lo
contrario.
Hoy Luri ha escrito: “Un 11% de
los alumnos está aumentando sus conocimientos, en torno al 60% los está
reduciendo”. Y añade: “La administración educativa tiene el deber de conocer
con detalle lo que está pasando y plantear alternativas que ayuden a compensar
estas diferencias y, si hace falta, trabajar en diferentes escenarios,
ofreciendo, a la sociedad la seguridad que esta necesita”. Pero la
administración educativa pasó de largo, está contemplando la soberbia y
la lujuria, y está leyendo el folleto-propaganda de esos editores.
Nunca como en este tiempo la
educación ha importado tan poco.
Regreso a El Quijote:
—Así es —replicó Sansón—, pero uno es escribir como poeta y otro como
historiador: el poeta puede contar, o cantar las cosas, no como fueron, sino
como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino
como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.
El silencio será regresar cuanto
antes a Verona.