LA meditación se corresponde con la
realidad de quien desea el silencio y la soledad. Pero nunca se trata de una
meditación religiosa, ni de un recogimiento. Es casi una leyenda. Ya lo dijo
Claudio. Como vivir la armonía dentro del laberinto mientras estás en el
infierno.
Silencio y soledad, silencio y soledad,
repito. En el infierno habitan los rabilargos, también se encuentra el árbol de
dios y las encinas. En el infierno no
hay poetas, ellos están meditando su propia vanidad.
No puedo leer más allá de donde alcance
la vista, y ahora llevo gafas, gafas de sol. La luz que refleja el infierno es
intensa y vehemente.
Salgo del laberinto, entro en el
laberinto, vuelvo a salir de él. Recojo las bellotas en su puerta, junto al
pilón. Entro de nuevo en el laberinto.
Cierro los ojos para intentar que el sol
no moleste. Hace frío en el infierno. Lucrecia Donati sigue sentada en el banco
de hierro verde, junto al acebuche.
He colocado en lo alto de una estantería
los libros de cabecera. Las baldas están vacías, la chimenea sigue ardiendo. Tan
solo he dejado diez libros. Los he sujetado con unos globos terrestres sin
luces que soportan la ingenuidad. Dice la canción silencio y soledad, y escucho
su letra, la acaricio.
También aprendí en el hospital que el
alma, cuando se marcha tras un fallecimiento, regresa convertida en aire, e
ilumina el rostro de un niño que respira. Respiré, respiré, respiré. Aunque era
artificialmente buscaba el alma por todas partes.
La meditación es un juego que debe
asimilarse. En silencio y soledad, como los buenos vinos, como el humo que sale
de la chimenea repleto de letras, de leyendas.