viernes, 16 de noviembre de 2012

Humo, solo humo



ARDEN los troncos de encina en la chimenea. Los pido pequeños y delgados aunque tenga que introducir muchos una vez y otra vez. Resulta más fácil que prendan y la base, sobre la ceniza, se vuelve naranja y ardiente.

En los troncos de encina suele haber vida, diminutos bichos que gritan en el fuego. También hay vegetación pegada a la corteza. Me decía un carpintero hace días que la madera tarda mucho en morir, que es secarse completamente. La savia permanece un tiempo extremo. Es el fluido de la vida.

En casa la humedad desaparece con el fuego. Habito en el infierno. Las hojas del cuaderno se doblan y se oxidan.

Desde la ventana observo la entrada al laberinto. Más adentro del centro todavía. Del centro indudable. He tomado cariño al espejo. Si me reflejo no aparece nada, solo troncos de encinas con bichos y con musgo. La llama naranja de la chimenea te acerca a la meditación.

Suena Mozart.

Leo a Parra y a Novalis. Amo a Platón.

¿Por qué nos conformamos con cosas materiales? Somos inmateriales, repito mientras configuro la sonrisa. Un golpe de humo negro se ha colado en el salón. Venía de la chimenea. Tal vez ha caído un pájaro, o el viento. El humo ha paseado su sorna y su desgracia. Lo he tenido de frente. He soplado, he movido las manos para alejar al humo, no he conseguido nada. El humo se ha instalado en el espejo, el que está frente al baño.

Suenan Jorge y Natalia.

Leo a Rilke y a Leopardi. Amo a Dante.