TENER la ventana del baño abierta ha
motivado que el resfriado se agudice. Aquí frente al espejo. Recuerdo a A. No
puedo hablarle pero sí lo imagino. En sueños le repito: Tu abuelo morirá pronto y quedarás sin él.
A no me habla. Cuando acaricio su mano
emite unos sonidos imperceptibles, casi una leyenda.
Preparo en una bolsa un presente para
TRR. Un ejemplar de Platón, un cuaderno marrón que iba a arrojar a la chimenea
y un libro de Olga B. Hablaremos de Platón durante el café, dará buen uso al
cuaderno y leerá a Olga en narrativa. Todavía puedo guardar en la bolsa, que
ahora dejo en el maletero de mi Dacia, algún presente más.
La cantidad de personas que guardan cola
a la entrada del laberinto. Un novelista que habla de la guerra civil en
Destino, un crítico extremeño que imparte clases, un gallego que hace reseñas
en Zaragoza. Todos poseen el mismo rostro e idéntica continuidad.
De vez en cuando salgo fuera y les llevo
un vaso con agua, pero un vaso de plástico.
Me quedo mirando al sol y al verde.
Acudo a la entrada del centro. Antes del laberinto la lavanda levanta su flor
junto a mi cintura.
Amo al espejo del baño. Le llamo
Sócrates. Es bello hablar a un espejo donde no te reflejas. No sabes de ti más
que el alma de tu propia existencia. Es la verdad. La única verdad.
La poesía es un presentimiento. TRR
también. Y A. Y aquellos que aguardan la entrada al laberinto.
Un presentimiento nunca es mentira. Hay
presentimientos falsos y otros verdaderos. Pero la falsedad no es la mentira,
es injusticia, legalidad, asombro.
Mientras el sol refleja mis gafas
amarillas toco con la mano la flor de la lavanda. Y paso al mirto. Las abejas
hacen un ruido ensordecedor. Pienso en A. Deseo vivir pero no puedo.
© de la fotografía: Jasamaphoto.