DESDE que te conozco llego más tarde a
casa. La culpa no es tuya, hay que reconocerlo, la culpa es de la duda. Que si palabrita del niño Jesús, o recuerdo que era bella, pura miseria de
los locos poetas.
Termino Las cartas por jugar para mandarlo a México, y Albert a Madrid. Hay diferencias de criterio, y entre todo lo
opuesto lo efímero, y entre lo vulgar el desconcierto
de nuevo.
Va pasando la vida y la cadera ha dado
paso al codo, y del codo a la dicha, y de la dicha al ser. Las cartas por jugar
son solamente dos, el presente y el día de mañana. Lo ha dicho Nicanor, y se ha
quedado inmóvil.
El poema a mi madre abre el libro, y lo
cierra el de Satanás. Entre Esperanza y Luzbel hay un abismo. ¿O no lo hay?
¿Quién era realmente Belcebú?
Aplico una crema blanca y pegajosa a los
arañazos de las plantas aromáticas. En los brazos y en las piernas. La piel se
vuelve blanquecina, la memoria errática. Debo recomenzar, dejar los actos
puros. Debo reconciliarme con algunos amigos. Aunque no desee nada tengo que
seguir llamándolos gilipollas de turno, ellos se lo merecen.
Leo varios apuntes que me dan la risa. Lo
de siempre, una vanidad por encima del cielo y una justificación. ¿Justificar?
Lo mínimo. Las lecturas enriquecen pero no condicionan, no deben relanzar la
carrera del éxito. Simplemente se acude a ellas por placer, por el gusto de ser
y ser yo mismo.
Bebo el último trago, fumo el último
cigarro, quemo el último cuaderno –los libros ya no existen-. Arde la chimenea.
Cuando esta noche he entrado en casa el calor del hogar era real y verdadero.