HAY un lapsus en mi vida donde no recuerdo nada.
Desde el nacimiento hasta que comencé a cargar con la pesada cartera camino del
Colegio del Santo Ángel, en Puerto Real. Ese vacío es la verdad. En ese tiempo
era, pero no estaba.
Nada pudo influenciar pues no hay recuerdos. El
crecimiento virginal y una pureza extrema donde el cuerpo y la mente mantienen
un equilibrio constante que se convierte en plena armonía.
Vivía en el laberinto, en el centro indudable. Atrás
quedaron rostros, voces, sombras y olores. Simplemente era. Vivía.
Camino del Colegio saludaba a los seres que sonreían
y a aquellos que mantenían constante su admiración hacia mi padre. Comencé a
contagiarme de mundo y de submundo. El envenenamiento.
El hermano visitador, las collejas, la lata de
margarina Zas repleta de caramelos violetas y unos compañeros que he borrado de
mi memoria de forma majestuosa. ¿El motivo? Lo desconozco.
Desde ese momento dejé de ser. Estaba. Era uno más. Todo es mentira. Nada es lo que parece ser.