CUANDO
estudiaba EGB la profesora de Música, doña Concha, ponía un disco de vinilo de
autores clásicos. Mientras ella se arreglaba las uñas y leía el folletín de
Corín Tellado, escuchábamos algo que no entendíamos. Además sonaba raro. Un
aula con una pésima acústica y el cuchicheo de los alumnos en una voz baja pero
estridente.
Amén de rezar
el Padrenuestro en pie cuando entraba por la puerta, las clases de Concha eran
divertidas. Sobre todo si sabías que los exámenes los corregía al peso, esto
es, cuantos más folios escribieras más nota sacabas.
En el último
examen que hice con ella, y tras asegurarme el aprobado, redacté todo lo que
había hecho el día anterior. Con pelos y señales. Escribí una veintena de
hojas, por las dos caras. La nota fue un 10.
Desde entonces
aprendí a amar la música y sus componentes externos: acústica, promoción, didáctica.
Existe
diferencia entre la vocación y el entendimiento. Las clases de Lengua y
Sociales con Pedro eran geniales. Él sí sabía enseñar y además aprendíamos.
¿Qué más se puede pedir?
Siempre he
querido entender la diferencia entre Pedro y Concha pero nunca encuentro una
respuesta coherente. Nunca. Será la edad, me digo. Será la edad.