miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuatro estaciones



EN Moguer no había laberintos. Existía, no obstante, una encrucijada de calles que culminaban en el Ayuntamiento.

He vuelto a ir a Moguer y el blanco de sus paredes se ha vuelto gris, el azul de su cielo es marrón y el beige de la crema pastelera empalaga. He querido escribir en el cielo. Confundí el color con un cuaderno débil. Pero no salió nada.

Se ha perdido la vocación del sentimiento. Maricarmen ha envejecido y a Juan Ramón le han dado el carné del partido. Ahora es hijo honorario.

Decía Anaximandro que la generación provoca también la destrucción. Y así ha sido. Apártate de aquello que huele a disciplina, a configuración, a adjetivo. Un nombre y un verbo. La única verdad. Y con Anaximandro Tales, y de lo uno lo opuesto. Y la generación será la alteración.

¡Qué pena de literatura! Unos van y otros vienen, del frío al calor y de la esfera al círculo.

Procuro apartarme del círculo. Lo evito. Ya no paseo con las manos en los bolsillos, no puedo, debo esquivar el mirto, la lavanda y el romero, para encontrar la entrada al laberinto. Los fragmentos del marco verde del espejo permanecen en el suelo.

Fumo para evitar que me confundan. Expulso el humo que nunca reporta beneficios. Y a la poesía le dedico, al menos, cuatro estaciones.