lunes, 19 de noviembre de 2012

Sigo siendo el mismo



APENAS logro mantenerme en pie. La corriente de aire que entra por la ventana del baño es comparable a la épica griega y a los libros de Homero. Me sujeto al espejo y hago caer el marco verde. Se ha roto.

El espejo está intacto, incluso los biseles permanecen perfectos. ¿Somos realmente? ¿Existimos? Miro el alrededor y no hay nadie. Las sombras acogen la entrada al laberinto. No aguarda nadie.

Nada y nadie me acompañan. Las sombras observan y emiten un sonido muy leve, cantan como sirenas a un Ulises cansado.

Voy recogiendo los restos del marco verde. Una astilla se ha clavado en el dedo. La molestia se convierte en paciencia mientras sigo escuchando la suave voz de quienes nunca han sido.

Llevo días sin salir de un espacio que apenas representa cuatro metros cuadrados. El codo sigue inflamado. No recuerdo mi voz.

He dejado de creer en los proyectos. He dejado de creer en las publicaciones. He dejado de pensar lo que podría haber sido. He dejado de comer, de aspirar a testimonios prometedores, de observar los simbolismos espirituales. Sigo siendo el mismo.

Los setos de plantas que rodean el porche delantero, donde aparco el Dacia, están repletos de abejas. El sonido ensordecedor asusta, pero ellas no atacan. Cuando acudo por leña todas me acompañan, incluso alguna saluda a su manera.

Les he puesto un plato de plástico con agua y azúcar. Han venido los gatos. Los puñeteros gatos. Ya ha vuelto Lucifer a manchar las camisas.