NO encuentro a
mi madre. Acudo a la infancia buscando los momentos de verdad y no está
presente. Es allí, en la infancia, donde todo es verdadero. Cuando creces te
contaminas de cuanto está alrededor, incluso de la cultura.
Ahora no somos,
y no somos porque estamos. Todo nos perjudica.
Estoy, y quiero
dejar de estar. Para ello tendré que dejar de ser. Ya no sirve ser yo mismo
siempre, ni llegar a conclusiones a la entrada del laberinto. Estamos. Y estar
es negativo, perjudicial. Todo nos influye, todo nos afecta, todo nos envenena.
La pureza es el
único grado de la verdad indudable. Y radica en la infancia. Solo es posible
allí, en los momentos del crecimiento del ser cuando no estás. Y aunque no
estás, eres.
Mi madre no
responde a mis llamadas, establezco contactos permanentes y nada esporádicos.
Ha desaparecido. Descansa. Creo que algún día hará acto de presencia. Pero tal
vez sea tarde, quizá ya no la necesite en ese momento.
Ahora mi madre
no está pero es. Yo estoy pero no soy.
La verdad es
todo aquello que produce armonía. Pero la verdad no está, es. Y entre las
personas, los libros y los recuerdos nunca está presente la verdad.
No recuerdas
tus primeros días porque fueron los más puros, los más verdaderos. Sin
contaminación, sin presencias. Dentro del laberinto existe un estado de
infancia permanente. De verdad absoluta. De realidad literaria.