jueves, 29 de noviembre de 2012

No somos, estamos



NO encuentro a mi madre. Acudo a la infancia buscando los momentos de verdad y no está presente. Es allí, en la infancia, donde todo es verdadero. Cuando creces te contaminas de cuanto está alrededor, incluso de la cultura.

Ahora no somos, y no somos porque estamos. Todo nos perjudica.

Estoy, y quiero dejar de estar. Para ello tendré que dejar de ser. Ya no sirve ser yo mismo siempre, ni llegar a conclusiones a la entrada del laberinto. Estamos. Y estar es negativo, perjudicial. Todo nos influye, todo nos afecta, todo nos envenena.

La pureza es el único grado de la verdad indudable. Y radica en la infancia. Solo es posible allí, en los momentos del crecimiento del ser cuando no estás. Y aunque no estás, eres.

Mi madre no responde a mis llamadas, establezco contactos permanentes y nada esporádicos. Ha desaparecido. Descansa. Creo que algún día hará acto de presencia. Pero tal vez sea tarde, quizá ya no la necesite en ese momento.

Ahora mi madre no está pero es. Yo estoy pero no soy.

La verdad es todo aquello que produce armonía. Pero la verdad no está, es. Y entre las personas, los libros y los recuerdos nunca está presente la verdad.

No recuerdas tus primeros días porque fueron los más puros, los más verdaderos. Sin contaminación, sin presencias. Dentro del laberinto existe un estado de infancia permanente. De verdad absoluta. De realidad literaria.