martes, 6 de noviembre de 2012

Vivura



CAÍ enfermo cuando permanecí en el laberinto más tiempo de la cuenta. El proceso de recuperación de la duda es lento y tortuoso. La duda es complicada. Si piensas que has superado el estado crítico te equivocas.

Nunca deseé entrar en el laberinto. Fue una fuerza interior la que impulsó los pasos. Las manos se aferraban al romero, al mirto, a la lavanda. Entré, la mente comenzó a redactar los actos, los pronombres, todas las insinuaciones. Circulaba la duda por encima de la cabeza propia, la ajena era la voz de Platón y sus misterios.

En ese instante descubrí que nada permanece, la mentira nos juzga pero no nos acerca, la mentira establece un alimento equívoco. Como hablar de lecturas que creemos comprender y asimilamos. Todo es mentira. Nunca has sabido la realidad de ese autor, ni la de aquel otro. Las circunstancias son los inconvenientes y ellos nos arrastran hacia la desesperación, al desconcierto.

Recuerdo el viaje a Turquía, el turco que era negro, Susana y los matices, los desvíos no existían en esos contratiempos. Recordaba también la visita al parque, Kensington Park, tumbado en las piedras, recostado en la hierba.

Comencé a sudar. Fríamente. Ya estaba enfermo.

Hace años acudí a un psiquiatra al que visitaba cada quince días. Ahora lo veo diariamente. Es mi loquero. Me atiborra de pastillas para evitar que pueda cometer una locura. Y le pregunto con la cara de ángel negro: ¿Locura? ¿Y no será vivura?

Desde que caí enfermo he dejado de tener frío. Paseo sin camisa por las plantas aromáticas. No importa la hora del día ni de la noche. No tengo frío ni miedo. También he comenzado a reírme, desmesuradamente, de los autores públicos. Los que venden no más de cincuenta ejemplares de los libros que publican y se publicitan ellos mismos a sí mismos. ¡Qué grande es la literatura! Lo digo mientras preparo la matanza del cerdo, la del cerdo que escribe poemas.