EN
Jerez huele a panadería. No puedo descifrar más allá de los límites que
establecen los sabios. Y hay sabios en Jerez.
Todo es mentira,
repito mientras viajo con el Dacia por la AP-4. Todo es mentira. Nunca he tenido más claro una afirmación, que por
otro lado no ha venido impuesta. Solo es comprensiva, violenta y majestuosa. Todo es mentira.
Hablo
con el volante. A la palanca de los cambios de marcha acaricio con apremio. Todo es mentira. Los círculos existen
pero no serán verdaderos. Cada poeta es un trono y unidos revientan.
Me aparto
de los círculos. De todos los círculos. Es de sabios saber manifestar lo
propio. La esfera es más redonda, más circular, más esfera. Tiene tres
dimensiones (aquellas que jamás verán los circulares).
Es palpable, reduce el colesterol y hasta deja que hables en las noches de
lluvia. La esfera es el recuerdo.
Este
maldito codo vuelve a exponer públicamente que está, que es, que siente.
El paisaje era bello y ahora es desolador. Han cortado
las acacias que separan unos carriles de otros. ¡Cómo si se pudiera cortar la
vida! ¡Malditos enemigos! Los amigos de mis amigos nunca serán mis amigos. Los
enemigos de mis amigos nunca serán mis enemigos. Los enemigos de mis enemigos
siempre serán nada.
Entra un frío en los huesos como el veneno de
Sócrates. Pero no es veneno, es simplicidad.
Es muy grande Juan Ramón. Inmenso. Como lo es Borges
o Platón. Pero eso de andar entre políticos afecta a la literatura como la
malversación de fondos públicos. Y Juan Ramón es público. Y notorio.
Se seguirá vendiendo humo mientras alguien lo
compre.