viernes, 21 de diciembre de 2012

Cadáveres y rosas



ECHO de menos a Loreto desde la ventana. Aquella que se refleja en el espejo, el del marco verde. Ahora he roto mi vida en dos. Se está partiendo.

Un accidente de tráfico acabó con Loreto, la esperaba sentado en el banco de la esquina de siempre. Un banco frío de madera que secaba de lluvia el tejado. Éramos más que amigos. Yo la quería, ella me quería, nosotros nos queríamos. Mientras su cuerpo sin vida descansaba en la cama descolorida, le dejé unos poemas entre las manos frías. Entonces, me puse unas gafas de sol y aún no me las he quitado. Evito la luz directa que se llama compasión y agotamiento.

Loreto era el laberinto. Hay un libro inédito escrito para ella que nunca verá la luz. Se llama como el verso de Carnero, Cadáveres y rosas.

Poco o nada sé de ti. La mitad de la vida nos inculca pasión, el resto enemistad. Una voz me dice que pasa el avión por encima de Zaragoza. Ahora estoy en Bilbao. La sombra de Loreto habita conmigo desde aquellos antiguos años. De Trieste a Londres.

He visitado su tumba muchas veces. Lo hago en secreto. Le llevo una rosa que deposito junto al cadáver, sobre el mármol de la enumeración. Y tengo querencia. Mucha querencia, coño. La misma que posee Leopardi, idéntica a la de Hölderlin asomado a la ventana de la torre de Tubinga.