ECHO de menos a Loreto desde la ventana. Aquella que se refleja en el espejo, el del marco verde. Ahora he roto mi vida en dos. Se está partiendo.
Un accidente de tráfico acabó con Loreto, la
esperaba sentado en el banco de la esquina de siempre. Un banco frío de madera
que secaba de lluvia el tejado. Éramos más que amigos. Yo la quería, ella me quería,
nosotros nos queríamos. Mientras su cuerpo sin vida descansaba en la cama
descolorida, le dejé unos poemas entre las manos frías. Entonces, me puse unas
gafas de sol y aún no me las he quitado. Evito la luz directa que se llama
compasión y agotamiento.
Loreto era el laberinto. Hay un libro inédito
escrito para ella que nunca verá la luz. Se llama como el verso de Carnero, Cadáveres y rosas.
Poco o nada sé de ti. La mitad de la vida nos
inculca pasión, el resto enemistad. Una voz me dice que pasa el avión por
encima de Zaragoza. Ahora estoy en Bilbao. La sombra de Loreto habita conmigo
desde aquellos antiguos años. De Trieste a Londres.
He visitado su tumba muchas veces. Lo hago en
secreto. Le llevo una rosa que deposito junto al cadáver, sobre el mármol de la
enumeración. Y tengo querencia. Mucha querencia, coño. La misma que posee
Leopardi, idéntica a la de Hölderlin asomado a la ventana de la torre de
Tubinga.