DEJAMOS de ser un tiempo, solo un
espacio. Para alcanzar el centro verdadero, aquel que posee vida y dejó de ser
para ser, hay que habitar en el caos. Solo entonces confluiremos en el espacio
y el tiempo de nuestro subconsciente. La única verdad, lo que no conocemos, ni
vemos, ni observamos.
Dejamos de ser un tiempo que debe
ser eterno, y el único espacio es la inmensidad.
Cae la noche. 1986. Vivo en un
colegio mayor. Tengo una habitación de 3 por 2 y medio. Con una grabadora
rudimentaria recojo las palabras que después traslado a un cuaderno marrón.
Hoy he tomado prestada la
estantería de la habitación de al lado. Los libros ocupan casi todo el espacio
de mi cuarto. No dispongo de tiempo para la lectura de lo que hay en el suelo.
He colocado la estantería junto a la cama. Para acostarme debo saltarla. Pero
siempre tengo los libros a mano. No pierdo el tiempo. No dispongo de espacio
que dificulte la lectura.
Sigo repitiendo en la cabeza
fragmentos de Platón y de Parménides. Me acompañan sus textos allá donde acuda.
La existencia del tiempo y del espacio me conmueve, pero no traspasa la
frontera del propio subconsciente.
Cierro los ojos. Las palabras
quedan registradas. Intento salir de ese tres por ciento que tanto nos limita.
Cierro los ojos con fuerza. Pienso en el centro indudable. Los círculos que
visiono forman un único caos en el espacio, un lugar donde habita el tiempo que
se puede parar.
Con las manos hago círculos. De la
velocidad paso a la lentitud. Los círculos que visiono ahora van despacio.
Puedo controlarlos. Los paralizo.
Hay un tiempo sin espacio, un
espacio que no posee tiempo. Solo allí vivirá la poesía. La poesía verdadera.