LAS gotas de agua son
insignificantes aunque esta molesta lluvia nos pone perdidos. No dejo de toser.
Nunca busco claves nuevas ya que desde el origen siempre he vivido de la misma
manera, he escrito lo idéntico y pienso como siempre: todo es mentira o acaso un reflejo en el espejo a la entrada del
laberinto. El falso reflejo.
No me interesa nada más. El
principio de justificación me resbala y los nuevos valores los arrojo, con dos
manos, a las plantas aromáticas.
Tengo un amigo que tarda mucho en
reaccionar. Es consciente que debe modificar sus hábitos, los planteamientos,
pero nunca arranca. Deseaba hablar con su padre, con su hermana, se iba a
sentar con unos asesores para que le aconsejaran. Murió de rabia sin intervenir
en los conflictos.
Durante las últimas semanas (y de
eso Marco Aurelio puede dar fe), he consolidado mis creencias: odio la compañía
y en casa respiro un agobio que se hace visceral. Sigo viviendo con las arañas
aunque se han ido haciendo prescindibles. Las sombras abren la nevera a su
antojo y el ángel negro ha tomado cariño a una serie de la tele y siempre está
sentado en el sofá.
Salgo, a menudo parto a respirar
la soledad. Llevo unos cascos que eviten el ruido y me permitan escuchar lo de
que deseo oír. Piso bellotas. He colocado una butaca reclinable junto al árbol
de dios. En su tronco he colgado el
espejo del marco verde que ya está arreglado. La alcayata que lo soporta es
grandiosa y excelente.
Mientras me tumbo a contemplar mi
estado oigo a dios. Habla bajito: Puta vida, puta vida.